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https://www.solumedia.com.ar/radios/6498/index.html

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AQUELLO QUE ESTÁ TAN A LA VISTA QUE NO LO VEMOS

Expuestos constantemente a material de violencia explícita, ¿seríamos capaces de notar el sutil pasaje a una violencia encriptada, pero no por ello menos efectiva, que dominara nuestra cotidianidad? Muerte y destrozos en nuestro hospital.

Tomémonos unos instantes y démosle lugar a la metáfora como modo de pensamiento. Hagamos de cuenta que puede llegar a realizarse un experimento social en el cual, a un grupo de individuos se los somete a la visión constante de material con violencia explícita, se refuerza esto con lecturas del mismo contenido. A la vez, la disidencia o el debate al respecto está coartada por la presión del grupo mismo sobre los individuos para evitar cualquier pensamiento subjetivo que pudiera romper la cohesión grupal. Luego, permitamos a estos individuos que interactúen en ámbitos cotidianos de apertura con otros grupos. ¿Cómo se manejarían respecto a la diferencia (inevitable, esperada), a la desavenencia, al pensamiento disruptor? Tal vez podríamos suponer que intentarían acallarlo con los modos a los que han sido sujetados ellos mismos: por medio de la violencia.

Ahora bien, no nos vayamos tan lejos y pensémonos a nosotros mismos inmersos en un hábitat social en el cual, desde los medios de comunicación de masas (audiovisuales, gráficos, redes sociales, internet en general) lo que prima es la descalificación del otro, sin más que el agravio. Donde no se ponen en discusión conceptos, sino que la idea es “matar” a quien se ubica ya no como semejante sino como amenaza a la propia integridad. Porque para ser uno, debe “eliminarse” al otro. Lo vivimos a diario, como maneras violencia simbólica. Y tomamos el concepto de violencia simbólica para referirnos a aquella violencia en la que estamos inmersos sin siquiera saberlo, de la que somos parte y a la que damos forma en la repetición de estereotipos, de modos de pensamiento, por asumir “verdades” que no son más que construcciones sociales, en las cuales el que es sojuzgado las sostiene sin saber siquiera que lo hace.

Vayamos entonces ahora a lo público, a aquello que es de todos. ¿De todos? La pregunta surge porque parece ser que cuando hacemos referencia a “todos” solamente leemos que es “mío”, que ese todos solo me concierne a mí, como centro subjetivo y no engloba a los otros de los que, mejor, borro su existencia. Y, así, si no existe, no le debo nada, mucho menos respeto.

Si llegamos hasta acá en la lectura de estas palabras, podemos dar un paso más y nos encontraremos con aquellos hechos de los que ya nos hemos enterado, seguramente. Una paciente es derivada al Hospital Zonal de Lobos y es atendida allí por el personal de salud. En determinado momento, los médicos a cargo de la atención de esta paciente, le comunican a su familia que esta ha fallecido. Frente a ello, los familiares agreden al personal del hospital y también realizan destrozos sobre las instalaciones (las del hospital público, las que reconoceríamos como de todos). Luego de que todos estos acontecimientos ocurren, llega el personal de las fuerzas de seguridad. Se inician actuaciones legales, tanto por los causales de muerte como por los daños y lesiones ocasionados. Hasta aquí, los hechos.

Ahora, ¿es la primera vez que llegan hasta nosotros hechos de esta magnitud? Quizás en nuestro ámbito, en nuestra ciudad, no se hubieran dado hasta hoy pero podemos saberlo, como sucesos, sí, de otras ciudades del país.

El interrogante, el planteo es: ¿Dejaremos que esto siga replicándose cada vez a mayor escala? ¿Es el modo de encauzar nuestros duelos por la pérdida de un familiar? Si hubiera habido, acaso, una mala praxis, ¿no existen carriles institucionales para dilucidarlo? ¿Estamos frente a pasajes al acto irremediables, de los que no podemos volver porque no tenemos modo de poner en palabras lo que nos sucede? Como sociedad, ¿estamos silenciados y solamente la irrupción de la violencia es el modo de habla del que somos capaces? Acaso, ¿terminamos con lo público, con lo nuestro (objetos, instrumental y personal, profesionales del lugar), como modo de autoagresión?

Parece que fuéramos capaces de lastimarnos a nosotros mismos ya que, si no morimos en el intento, seguramente habremos de volver a necesitar de eso público que, evidentemente, ya no estará para nosotros.

Pero, quizás, aún estemos a tiempo del replanteo. De la revisión. De una re-visión que nos permita volver a ver. Ver con nuestros ojos y no con los de aquellos que pretenden, simplemente, manipularnos.