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https://www.solumedia.com.ar/radios/6498/index.html

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La salud mental juvenil no puede esperar

El Cuarto Poder, a través de su columnista invitada, JESICA CABRERA, presenta una serie de artículos referentes a la problemática de niños/as y adolescentes.

La salud mental de los adolescentes y jóvenes es un desafío que nos atraviesa como comunidad. Escucharlos y acompañarlos no es opcional: es una responsabilidad colectiva.

Durante mucho tiempo, la salud mental fue un tema silenciado. Se escondía detrás de frases como “son cosas de la edad” o “ya se le va a pasar”. Pero hoy sabemos que esas palabras no alcanzan.
Ansiedad, depresión, angustia y autolesiones son realidades que atraviesan a muchos jóvenes. No se trata solo de estadísticas: se trata de lo que vemos cada día en nuestras escuelas, clubes y familias.

La presión por rendir. La incertidumbre frente al futuro. La sobreexposición en redes sociales. Todo esto impacta en su bienestar emocional. ¿Qué hacemos cuando estos desafíos se suman a contextos familiares complejos y a un sistema que no siempre tiene respuestas rápidas ni accesibles?

La escuela es un espacio clave donde aparecen las primeras señales: un alumno que se retrae, que baja el rendimiento, que muestra ansiedad o tristeza. Docentes y equipos de orientación suelen detectarlas primero. Pero no pueden enfrentarlo solos.
Hace falta una red comunitaria fuerte, con profesionales, talleres y espacios de escucha que acompañen de manera constante.

Hablar de salud mental no es hablar de debilidad: es hablar de derechos.
La Convención sobre los Derechos del Niño reconoce la salud integral, y eso incluye la salud emocional. Cada vez que un joven pide ayuda y no la recibe, fallamos como sociedad.

Los adolescentes y jóvenes no necesitan sermones ni recetas mágicas. Necesitan adultos presentes, instituciones abiertas, comunidades que los escuchen y los respalden.
¿Estamos haciendo suficiente?

En Lobos, esto se vuelve concreto. Jóvenes que atraviesan crisis emocionales caminan nuestras calles, asisten a las escuelas que todos conocemos, juegan en clubes locales y participan en talleres culturales. Son parte de nuestra vida cotidiana, aunque muchas veces no lo notemos. Reconocerlo y actuar es el primer paso para garantizarles un presente y un futuro donde no estén solos.

Cuidar la salud mental no es un lujo ni un complemento: es una urgencia.
Y asumirlo como comunidad puede marcar la diferencia entre la desesperanza y la posibilidad de construir un futuro más justo, más humano y más solidario.

 


Romper el silencio: infancias afectadas por la violencia familiar

La violencia dentro del hogar no es un tema privado: atraviesa a familias, niños, adolescentes y adultos. Reconocerla y actuar es una responsabilidad de toda la comunidad.

La violencia intrafamiliar no siempre deja marcas visibles. Golpes, gritos, humillaciones y control constante pueden quedarse ocultos detrás de puertas cerradas.
Pero sus consecuencias se sienten en cada gesto, en cada palabra, en cada infancia y adolescencia que la atraviesa.

¿Hasta cuándo vamos a mirar para otro lado? La violencia no distingue barrios ni clases sociales. Afecta a familias en todo el país. Y en Lobos, también está presente: niños que crecen con miedo, adolescentes que normalizan el maltrato, adultos que repiten patrones aprendidos. Lo vemos en nuestras escuelas, en los clubes, en los barrios. Lo vemos constantemente en nuestra comunidad.

Romper el ciclo no es fácil. Requiere valentía de quienes lo sufren y compromiso de quienes los rodean. Necesitamos redes de apoyo claras, accesibles y sostenidas: desde servicios de salud y asistencia psicológica, hasta equipos de orientación escolar y organizaciones comunitarias que acompañen sin juzgar.

La violencia intrafamiliar no es solo un problema privado: es un asunto de derechos.
Cada niño, niña o adolescente que crece bajo estas condiciones ve vulnerada su integridad, su seguridad y su capacidad de desarrollar confianza en sí mismo y en los demás. Cada vez que un pedido de ayuda no encuentra respuesta, estamos fallando como sociedad.

Los hogares deberían ser espacios de cuidado y crecimiento, no de miedo y sometimiento.
Y no basta con leyes o campañas aisladas: se necesita compromiso real, educación emocional desde la infancia, acompañamiento constante y conciencia comunitaria.
¿Estamos haciendo lo suficiente?

En Lobos, los casos que llegan a la justicia son solo la punta del iceberg.
Muchos siguen invisibles, detrás de puertas cerradas, sin que nadie los escuche. Reconocer esta realidad, hablar de ella y acompañar a quienes la sufren es responsabilidad de todos. Es construir una comunidad más segura y más humana.

Romper el silencio no es un acto de valentía individual solamente: es un compromiso colectivo. Crear hogares y barrios libres de violencia es posible si asumimos que proteger a la infancia y adolescencia es un deber de todos.


Alfabetización, un derecho que construye futuro

Aprender a leer y escribir no es un privilegio, sino la base para que cada niño y adolescente pueda ejercer sus derechos, participar y soñar. Como sociedad debemos garantizar la alfabetización.

Alfabetizar no es solo enseñar a leer y escribir. Es dar herramientas para comprender el mundo, expresarse y tomar decisiones. La alfabetización abre puertas a la ciudadanía, a la participación y a la igualdad de oportunidades, y es un derecho fundamental de cada niño, niña y adolescente.

Sin embargo, las brechas siguen siendo visibles en Argentina.
Niños y adolescentes de distintos barrios, provincias o contextos socioeconómicos no tienen acceso a los mismos recursos, a bibliotecas, talleres, dispositivos o apoyo pedagógico. Esta desigualdad limita su aprendizaje, su participación y sus posibilidades de desarrollarse plenamente.

No es tarea solo de las escuelas, bibliotecas o clubes, municipios y familias deben ser aliados activos en este proceso. Cada taller, cada lectura compartida, cada momento de acompañamiento cuenta.
En ciudades como Lobos, programas comunitarios y bibliotecas locales pueden marcar la diferencia, acercando la lectura a quienes más lo necesitan.

Medir la alfabetización no debería ser solo contar letras o aprobar evaluaciones. La verdadera medida es si cada niño y adolescente puede leer su entorno, comprenderlo y transformarlo, si puede participar con criterio y expresar sus ideas sin barreras.

Invertir en alfabetización es invertir en un futuro más justo y equitativo. Cada libro, cada texto, cada palabra que un niño aprende a leer y escribir es una semilla para su autonomía, su pensamiento crítico y su voz en la comunidad.

Si queremos pensar en un mejor país, la agenda educativa debe empezar por garantizar que ninguna infancia quede fuera del derecho a aprender a leer y escribir.
La alfabetización es la base sobre la que se construye toda posibilidad de crecimiento, participación y futuro.