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¿PODEMOS VOTAR CON MIEDO?

¿LOS LOBENSES PODEMOS VOTAR CON MIEDO?

Últimamente todo lo que hacemos en nuestra vida cotidiana es por miedo.

Miedo de que me corten la luz, porque no pude pagar. Miedo. Miedo de que, cuando llegue a la cola del cajero, me encuentre con que no me depositaron. Miedo en la cola del supermercado o en el almacén, por tener que dejar algún producto porque no me alcance el dinero. Miedo de cambiar mi voto, miedo de que vuelva la derecha y me deje sin trabajo. Miedo, miedo y más miedo.

Por estos días, ya más que una sensación el miedo ha pasado a ser esa cosa gelatinosa que se desplaza en nuestros ojos y desciende a nuestro pecho, para transformarse en una masa opresora que nos aturde y nos agobia.

Todo tiene que ver con las incertidumbres políticas y, cuando podemos prever que el gobierno de turno en sus pujas políticas no va a cambiar mucho la política y/o el camino que ha decidido recorrer, parece asegurarnos que deberemos seguir recorriendo el camino del miedo.

Y, entonces, nos vemos cercenados en nuestras pretensiones de elegir en libertad, con esperanza, con criterio de mejorar las cosas. Todo comienza a bailar en un círculo vicioso de desesperanza, de desatino que nos encolumna a una larga fila en la que, al final, nos espera la urna, esa urna donde, cuando nos acerquemos a dejar nuestro sufragio, en vez de recibirnos con las manos abiertas de la esperanza de algo mejor, la veamos como un desastroso monstruo que nos espera con dientes afilados, colmillos ensangrentados y partes humanas recién cercenadas. Y nuestro miedo se agiganta, temblamos de miedo sufriendo la espera de que el monstruo abra sus fauces y vomite los resultados tan temidos.

Qué tristeza, qué verdadera desidia, saber que salimos hace menos de tres años con una nueva esperanza y, a la vuelta de la esquina, con el miedo merodeándonos y que en las elecciones de medio término nos dio alcance, nos atrapó y nos sumió de nuevo en la desesperanza.

Y ahora estamos en la encrucijada, esa eterna encrucijada de los caminos, elegir volver a lo anterior, votar lo malo o lo menos malo. Cuando nos sentamos a comer las delicias de sacarnos de arriba la comida podrida que nos servían, debimos elegir comer, aunque en el menú hubiera algunos sapos que nos tendríamos que digerir, para acceder al postre que traería algo mejor.

Lo malo es que no pudimos ver que la carta que nos ofrecían traían en letra chica muchos sapos que hicieron que nos hartáramos y empezáramos a pensar en no deleitarnos con el postre.

Ahora estamos en lo mismo, deberemos comernos unos cuantos sapos para pensar en una mejora. Antes sabíamos lo que hacíamos, ante el miedo de la opresión tomamos la decisión correcta… sapos más, sapos menos. Pero… ahora… ¿Otra vez?

¿Volveremos a votar con convicción? ¿Volveremos a comernos sapos en el menú, o los hijos de los sapos, sus parejas, su prole o… DIREMOS BASTA?

Nos hablan de unidad, de que el que gana conduce y el que pierde acompaña. ¿Es verdad? ¿O solo priva el EGO, el YOISMO?

Por ahora, el miedo es nuestro, del asalariado, del humilde, de la masa que lucha y apoya, de la que acompaña. ¿Hasta cuándo será el nuestro?

¿No es hora de que traspasemos el miedo a los dirigentes?, ¿a aquellos que se apoltronan en su sillón conseguido con el sacrificio de la masa trabajadora, de la masa exprimida, de todos aquellos que sufrimos por sus malas decisiones?

Lamentablemente, deberemos esperar a que nuestros dirigentes liberen al monstruo que recibirá nuestro sufragio y, entonces, solo entonces, al momento de introducir nuestro voto en la urna, TAL VEZ PODAMOS TORCERLE EL PESCUEZO para que, cuando abra sus fauces, nos llene de los votos que nos liberen de esa opresión gelatinosa que inunda nuestro ser y a la que llamamos MIEDO.