Cada vez que hay campaña electoral sale la discusión sobre la seguridad ciudadana. Y cada vez que se habla de seguridad aparecen otras dos palabras: “narcotráfico” y “drogas”. Pero esos temas no se resuelven en un segundo, y menos con frases hechas.

La problemática del narcotráfico a nivel nacional está influenciada por el paradigma prohibicionista, que a nivel mundial es hegemónico en los últimos 50 años. Ese paradigma tiene su marco conceptual en la llamada “Guerra a las Drogas” lanzada por el entonces presidente de los Estados Unidos Richard Nixon en 1971. Partía de suponer que un incremento de la política represiva, y en particular del aumento de los decomisos, produciría una escasez de oferta. La escasez impactaría en precios más altos y así caería la demanda. Pero no pasó. Los precios no solo no aumentaron sino que tendieron a reducirse en forma sistemática. El investigador Sarmiento Palacio tomando datos de agencias norteamericanas sostiene que el kilo de cocaína en EEUU alcanzó a principios de los ´90 un precio que era menos de la mitad que en 1980.

La explicación a este fracaso tiene muchas aristas. Aquí se elige abordar la cuestión desde una perspectiva: analizar el tráfico de drogas como un mercado. Un mercado de mercancías ilegales con características propias.

La política antidrogas tiene como ejes relevantes el incremento de los decomisos y la destrucción de laboratorios y cocinas. La hipótesis supone que se debería producir una caída de la oferta. Entonces, frente a una demanda inelástica se generaría en el corto plazo un aumento del precio de la mercancía.

La verdad es que si tal excedente se reinvierte en la producción, con mayor desarrollo tecnológico y mejores técnicas, el resultado no será otro que un aumento de la oferta y por consiguiente una baja en el precio.

Es decir que el destino del excedente, sea ahorro o reinversión, será un vector trascendente en el precio. Resultaría entonces determinante si la política estatal acciona o no sobre la inmovilidad o neutralización del excedente. Eso es lo central. En una economía capitalista no se puede ignorar el beneficio y la rentabilidad. Conforman el pulso vital de cualquier actividad con eje patrimonial en el sistema capitalista. Por ello toda política que facilite y/o agilice el movimiento de capitales sin control es un inexcusable “favor” a la ganancia narco.

La Argentina es hoy un país de tránsito, pero también de consumo.

En la Argentina, el tráfico y la comercialización de droga están organizados por clanes familiares de entre 25 a 30 integrantes.

Podemos señalar tres tipos de clanes:

1) Los clanes locales (sobre los que ampliaremos más adelante) con anclaje territorial, cuya actividad principal se orienta al abastecimiento interno. Por ejemplo Los Monos, Marcos Estrada, Lindor Alvarado o “Mameluco” Villalba.

2) Los clanes regionales. Tienen capacidad de moverse en la distribución entre provincias y pueden exportar a países limítrofes. Por ejemplo, el Clan Meza traficaba marihuana desde Misiones a Mendoza para su posterior exportación a Chile.

3) Los clanes trasnacionales como el Clan Loza, que lavaba dinero en la Argentina y traficaba cocaína de Bolivia hacia Europa.

Una de las externalidades más negativas que genera la actividad del narcotráfico es la violencia. La utilización de métodos violentos tiene consecuencias inocultables o gravísimas como el homicidio o las lesiones severas.

A nivel nacional son los clanes locales con eje en el narcomenudeo los protagonistas de la violencia criminal. Lamentablemente, el abordaje para abordar la problemática es continuador del fracaso del paradigma Nixon. Hoy asistimos a una disputa por el control territorial en distintos sitios de la Argentina, con especial relevancia en los centros urbanos.

Resulta valioso, para comprender la temática, el trabajo de Daniel Hernández y Rodrigo Zarazaga “La narrativa rota del ascenso social: Un estudio sobre las expectativas de los jóvenes de barrios populares”. También cuenta la opinión del padre Adrián Bennardis, a cargo de la Parroquia Virgen Inmaculada de Villa Soldati. Es responsable de la Comisión de Niñez y Adolescencia en Riesgo del Arzobispado de Buenos Aires e integrante de Hogares de Cristo, red que tiene 300 centros orientados al tratamiento de adicciones.

Hernández y Zarazaga a través de una serie de entrevistas van indagando la relación de los jóvenes con su núcleo familiar y el contexto barrial, como también su relación con la escuela. Resaltan que las familias “siguen siendo el factor más determinante en la trayectoria de vida de los jóvenes y de sus posibilidades de proyectarse a futuro. Constituyen el ámbito primordial de cuidado de niños y jóvenes y, por ende, el ámbito donde adquieren los recursos fundamentales para elaborar sus narrativas de futuro”.

El estudio confirma que las experiencias positivas destacan la figura de sus madres y en ocasiones también de sus padres. Abundan frases como, “mi héroe es mi mamá” o “mi mamá es una guerrera se banca todas”. Es la madre vista como escudo frente a entornos barriales complejos en donde “los transas” ocupan un rol ostensiblemente presente.

Frente a esta amenaza se construye lo que los autores llaman “cápsulas hogareñas”. El refugio familiar que trata de aislar a los jóvenes de la presencia narco. Estos jóvenes “aislados”, como quienes participan en actividades vinculadas al narcomenudeo, siguen con la esperanza de “rescatarse” y salir de tales prácticas. Sin embargo, frente a esta situación, los autores cuestionan esto: “Un Estado ausente no ofrece el mínimo piso necesario para sustentar expectativas de integración y reconocimiento social”. Y agregan: “Parecería una sociedad que quiere combatir la diabetes, pero solo fabrica y ofrece caramelos”. Esta definición podemos unirla con la visión del sacerdote Bennardis (entrevista publicada en el diario La Nación del 27 de julio último) donde dice lo que sigue: “Los chicos crecen en un contexto donde el narcotráfico ya estaba presente, pero como el Estado se retira, ese lugar lo ocupa el narco”. La propuesta es desde una política de contención, cuyo eje es la “comunidad que abraza a la vida”. La pelea es imponer, dice Bennardis, las tres “C”: capilla, colegio, club, contra las tres “C” de la muerte, que son consumo, cárcel y cementerio. Reivindica los ámbitos de socialización y, como a Hernández y Zarazaga, le preocupa el retiro del Estado. Sobre el Gobierno de Javier Milei remarca: “Nación retiró la ayuda que nos daba en el área de deportes. Nos daban una ayuda por cada chico que se anotaba en el club”. Recuerda que “antes Nación tenía un programa que financiaba una obra si querías, por ejemplo, una canchita de fútbol”. Ahora recortan programas.

El abandono y el retiro del Estado facilitan el control territorial narco. Con un grado de perversión que no deja de sorprender, el Gobierno nacional no solo elimina programas de apoyo a los clubes e instituciones barriales, sino que pretende ahogarlos. Obliga a un reempadronamiento a los clubes e instituciones para que tengan acceso a “beneficios” en materia energética. Establece controles absurdos que pondrán a instituciones contra las cuerdas. El vocero Manuel Adorni al anunciar la medida dijo: ”La energía cuesta y quien pueda pagarla la tiene que pagar…”. Después de eso, los narcos solo tienen que esperar que los clubes se rindan y tomar control de ellos.

Una hipócrita política clasista, que supone que el narcotráfico se combate derribando bunkers, sólo prolongará el fracaso y perpetuará más violencia. Así, el topo que desde adentro destruye el Estado es de hecho un cómplice del narco.

Resulta prioritario salir del discurso demagógico de la inútil mano dura y lanzar una campaña nacional de reducción del consumo, (sin olvidar que son las clases medias y altas las que apalancan la demanda) y a la vez una persecución criminal de los clanes que afecte y golpee en su rentabilidad. Menos show de éxitos fugaces y más Estado construyendo comunidad.

Algunos dirán que con Javier Milei y Patricia Bullrich todo eso resultaría imposible. Sin embargo, resulta inexcusable su ineficacia y sus errores, y sugerir caminos alternativos, como asimismo dejar de ser hipócritas y esconderse en el facilismo demagógico. Combatir al narco es destruir su rentabilidad, dañarlo económicamente y a la vez fortalecer lazos solidarios. En definitiva, edificar comunidad.