Escribe Jesica Cabrera
La trampa invisible del grooming
¿Cuántas veces creemos que una charla en redes es solo eso, una charla?
A veces el peligro llega disfrazado de confianza: Un mensaje amable, una pregunta inocente, una conversación que parece inofensiva. Y ahí, donde debería haber cuidado, aparece la trampa.
El grooming es una de las formas más silenciosas y crueles de violencia contra niñas, niños y adolescentes. Sucede cuando un adulto se gana la confianza de un menor a través de internet con el fin de manipularlo, acosarlo o abusarlo.
Pero más allá de la definición legal, refleja la soledad, la desconexión emocional y la falta de acompañamiento que viven muchas infancias en entornos digitales donde todo parece permitido.
En Argentina, los datos alertan con urgencia y un estudio reciente señaló que el 50 % de niños, niñas y adolescentes han mantenido conversaciones con desconocidos a través de redes o juegos online, y que 7 de cada 10 recibieron propuestas de tipo “noviazgo” en línea.
Además, durante la pandemia los casos reportados crecieron cerca de un 200 % en algunos espacios del país.
Estos números muestran que no es una amenaza lejana: Está ocurriendo hoy, aquí, en la era digital de nuestras infancias.
Las redes, los videojuegos y las plataformas que usan a diario son también lugares donde la vulnerabilidad se expone. Ahí donde buscan pertenecer, jugar o charlar, hay adultos que aprovechan esa necesidad de vínculo para controlar, convencer y dañar.
Y lo más difícil es que el primer vínculo no se siente como violencia sino que se percibe como atención, como alguien que escucha, como compañía.
Por eso, cuando se descubre el daño, aparece la vergüenza.
Porque nadie les explicó que el amor o la amistad nunca se esconden, que quien te cuida no te pide silencio ni te hace sentir miedo.
Desde mi trabajo con comunidades y escuelas lo veo todos los días, porque las infancias necesitan menos control y más conversación, menos miedo y más acompañamiento.
Combatir este tipo de acoso no es solo tarea de la justicia ni de la escuela, sino una responsabilidad compartida de las familias, de las comunidades, de los medios y del Estado.
Necesitamos adultos presentes, que sepan mirar sin invadir, acompañar sin controlar, enseñar sin juzgar.
Necesitamos hablar del tema, con palabras simples, sin tabúes, sin miedo.
Educar en la era digital también es educar en el afecto y en el consentimiento.
Es enseñar que lo privado tiene valor, que lo íntimo merece respeto, que nadie puede exigir lo que no se quiere dar.
El riesgo en la red no se combate con miedo, se combate con presencia.
Porque cuando una niña, un niño o un adolescente se siente escuchado y contenido, el silencio pierde fuerza y la manipulación se quiebra.
El peligro no está solo en la red, sino en la falta de redes humanas que sostengan.
Y si queremos una sociedad verdaderamente protectora, tenemos que tejer esas redes con diálogo, empatía y compromiso.
Porque cuidar en tiempos digitales no es apagar las pantallas, es encender la presencia.
Cuando el cuidado se vuelve una tarea colectiva, ninguna infancia queda sola.







