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VILLA PIEDRITA

De nuestro colaborador exclusivo. ALEJANDRO GE

La comarca de la laguna

“VILLA PIEDRITA”

Como ya es costumbre desde hace tiempo, cada dos años Villa Loguercio se convierte en Villa Piedrita.

En vísperas de elecciones, el Municipio en “modo campaña” esparce, por algunas cuadras, una capa de piedritas, que a la primera lluvia son devoradas por el barro.

Mientras el desarrollo urbano ya llega hasta la calle 24, el asfalto sigue clavado en la 30 como hace décadas, y ni el colectivo 501 se atreve a aventurarse más allá.

Entre tanto, y pese a todo, la “comarca de la laguna” no para de consolidarse como el conglomerado económico y demográfico más grande de Lobos, después de “la ciudad”. De punta a punta del camino que une Villa Loguercio con Salvador María a lo largo de 6 km, integrándose con Bahía de los Lobos y La Araucaria en un espacio continuo, se expanden nuevos loteos y la construcción de casas no se detiene.

Sin planificación y con un Municipio prácticamente ausente, la comarca de la laguna sigue atrayendo más y más familias que la elijen para vivir, conformando en un proceso progresivo e inevitable, un único pueblo de miles de habitantes permanentes, que se duplica los fines de semana.

Hoy la comarca de la laguna, pese a la crisis económica, la falta de obras y el amateurismo de la política oficial en materia de turismo, es por mucho el área más “intensa” en la dinámica económica y social del Partido de Lobos.

Mientras los turistas se encajan en las calles embarradas, o caen a las zanjas de las calles internas a la espera de ser rescatados por alguien (generalmente un vecino o algún trabajador municipal, que siempre da más de lo que recibe), la Dirección de Turismo convoca a reuniones a las que no asiste casi nadie, para “conversar” sobre temas que no les interesan a los operadores turísticos, porque sus problemas pasan por otro lado.

Toda la gestión de Recursos Naturales descansa sobre los hombros de un solo trabajador municipal “multifunción”, al que los vecinos están por hacerle un monumento. Y por su lado, Medio Ambiente brilla por su ausencia.

Sin un básico muelle municipal donde sacarse una foto, sin infraestructura alguna para el trabajo de los boteros (sin ayuda ni propuestas para renovar sus botes de hace 50 años), sin calles internas transitables, sin dónde bajar un kayak sin meterse en el barro de la orilla, sin pista de remo, con una escuela de remo condenada a la función de baño público, sin un pequeño anfiteatro para actividades culturales, sin un espacio digno para los artesanos locales, el turismo en la laguna agoniza.

Aunque haya un atractivo natural, la industria turística no se desarrolla sin inversiones públicas en infraestructura y servicios que no pueden ser resueltos por ningún pequeño emprendedor privado.

Y lógicamente, el castigo de la política económica del gobierno nacional a la clase media del AMBA no colabora. Nuestros turistas, que otrora y pese a la precariedad doméstica, invadían la Laguna de Lobos, resultaron ser “la casta”.

Mientras en un pequeño pueblo, bien gestionado, como Uribelarrea, las tarifas de alojamiento ya casi duplican a los precios locales por la simple regla de la oferta y la demanda, en la Laguna (y en la Ciudad de Lobos también), la hotelería está masivamente en venta. En los portales inmobiliarios nacionales pueden verse a precio de oferta más de veinte complejos turísticos lobenses, incluyendo a los más conocidos. No sería prudente ni respetuoso listarlos acá, pero cualquiera lo puede corroborar, ingresando a esos portales y poniendo “Lobos” en el buscador.

Ajena a la realidad de la industria turística local y sin comprender su dinámica económica, la Dirección de Turismo local promociona actividades “cool” (“astroturismo”, “avistaje de aves”, “bicicleteadas” y demás propuestas supuestamente marketineras) que no le mueven la aguja ni motivan a nadie, ni a los operadores locales ni a los turistas potenciales, demostrando un notable desconocimiento acerca de cómo funciona en el mundo real el turismo receptivo.

Estas vacaciones de invierno, las reservas en Villa Loguercio, Bahía de los Lobos, La Araucaria -y en la propia Ciudad de Lobos- son prácticamente inexistentes. Y a la par de la hotelería, languidece la gastronomía y el comercio en general. Muchos de los complejos más pequeños, atendidos por sus dueños emprendedores, permanecerán cerrados para no incurrir en costos inútiles.

Sin embargo, la comarca de la laguna no para de crecer, impulsada por el arribo constante de familias de clase media, que huyen de la mala calidad de vida, la inseguridad, la violencia urbana y los altos costos de CABA y el GBA.

Cada vez que en la comarca de la laguna se vende un lote, se moviliza todo el comercio lobense: materiales de construcción, electrodomésticos, muebles, y luego todo lo demás. La comarca paga impuestos, dinamiza la economía local y recibe a cambio poco y nada.

El crecimiento sin planificación, por su parte, comienza a agudizar la falta de servicios. Una vía férrea que une Salvador María, Villa Loguercio y Lobos, en un trayecto idílico para cualquier “vagón turístico”, fue cerrada por la Gobernadora Vidal y abandonada al olvido desde entonces por el Municipio.

Sin un transporte público eficiente, con una Ruta 205 intransitable de noche por su pésimo estado, casi sin servicios médicos, cualquier emergencia se convierte en un problema grave.

Sin apoyo a las cooperativas, sin inversiones públicas ni privadas, sin planificación, los servicios básicos son cada vez más frágiles e insuficientes.

La generación de basura va camino a convertirse en un serio problema ambiental para el ecosistema del humedal. La inexistencia de obras sanitarias, y el crecimiento poblacional, aumentan lentamente la presión sobre las napas, ya contaminadas con arsénico y agroquímicos.

Lo peor que le puede pasar a la dirigencia política de un pueblo como Lobos, es no comprender la dinámica a largo plazo de su propia evolución, y no planificar su futuro.

Su laguna de 800 ha es lo único que diferencia a Lobos de decenas de otros municipios rurales similares, a tiro de dos o tres de auto del único mercado de quince millones de personas del país, constituido por el AMBA.

Lobos no es conocido por nuestro hermoso y orgulloso Cine Teatro Italiano, ni por el Museo Perón, ni por nuestra plaza 1810. Allá tienen el Teatro Colón, el San Martín, y cientos de cines, plazas y museos.

Lobos se diferencia de otros pueblos solamente por su laguna, y la tiene abandonada (salvo cada dos años en vísperas de elecciones), mientras Villa Piedrita se convierte en una urbanización cada vez más grande, sin planificación, ni control, ni obras municipales.

Es hora de que la clase política lobense, en especial la nueva generación de aspirantes a dirigentes locales, y los lobenses en general, comiencen a cambiar su mirada sobre la Comarca de la Laguna.

Alejandro Ge